La leyenda del 'matagigantes'
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Dalisson y Xabi celebrando | David Rodiño. @RFEF (X) |
Hay una frase de Menotti que afirma: "El fútbol, como decía Borges, es orden y aventura". El mítico entrenador argentino pasó a la historia por su visión del fútbol como un juego valiente, auténtico y comprometido con la belleza. No se trataba solo del resultado; la virtud estaba en el proceso, en priorizar el cómo antes que el qué, en regalar al público un espectáculo que devolviese en oro el coste de la entrada. "Jugar es una maravillosa palabra, no puedo pensar en una cancha sin sentir esa emoción".
Todavía con los pelos como escarpias y con una resaca emocional importante, trata uno de plasmar en palabras la (nueva) proeza lograda ayer noche por el equipo del Lérez. Y es que esta historia no va únicamente de David derrotando a Goliat; el Pontevedra CF tumbó a Levante, Villarreal y Mallorca siendo fiel a su idea, bordando un fútbol que es como un hechizo infinito; un encanto que evoca todo aquello que soñamos, sentimos y vivimos. David, encarnado en la figura de Yago y sus pupilos, derrotó a Goliat sin ceder un ápice en su filosofía. Y esto tiene un mérito tremendo.
El Pontevedra bordó a la perfección la partitura ideada por su técnico en otro triunfo para la posteridad; uno que también va por Churre y Cambil. Con Mayo y Yelko organizando y marcando los tiempos; artistas sin parangón pertenecientes a una o varias categorías superiores, capaces de someter sin despeinarse a jugadores de la talla de Parejo o Darder, el equipo encadenó posesiones que enamoraron hasta al bilardista más empedernido. Samu brilló como de costumbre en la presión tras pérdida y los primeros pases. Yelko hizo lo propio en la distribución y la sorpresa desde atrás.
Sin embargo, en una Copa del Rey coral, donde los jugadores a priori secundarios se rebelan como piezas valiosas, véanse los casos del talentoso Vizoso, el férreo Igor en la eliminatoria consagratoria contra el Levante o el persistente Xabi Domínguez, que no dejó de aportar velocidad y desborde por banda, hay un nombre que destaca por encima del resto. Un brasileño que ya está en boca de todos, ocupando un lugar destacado en las redacciones deportivas de todo el país. Dalisson de Almeida es El Elegido; el jugador soñado para plasmar hasta sus últimas expresiones el juego de posición -o ubicación- promulgado por Yago.
El brasileño es pura clase, con un repertorio de controles orientados, fintas, pisadas o cambios de pie que enamoraron desde el primer momento a Pasarón. Amén de un golpeo de pelota prodigioso que ya es marca de la casa, y que Leo Román sufrió en sus propias carnes al no poder más que rozar el golazo desde 35-40 metros que fue trending topic en X. Lo dijo Guille Uzquiano: primero hay que imaginarlo y después hay que efectuarlo. Dali es inventiva y habilidad; por no hablar de la intuición para detectar las zonas ventajosas a espaldas del centro del campo rival, acelerar en últimos metros y girar estructuras defensivas. El '18' es el diferente, un jugador en un momento de inspiración colosal que explica el estado de ilusión en Pasarón.
Pero detrás de una propuesta atrevida debe haber una buena estructura, y es que en la máquina granate el rigor defensivo y el disfrute ofensivo van en realidad de la mano. Cómo se ataca influye directamente en cómo se defiende. El compromiso identitario es total, y tiene también su plasmación en el comportamiento sin pelota. El equipo, tanto ayer como en anteriores eliminatorias, ejecutó la presión alta innegociable de Yago de forma casi perfecta, mostrándose al mundo como un conjunto desinhibido y sin complejos, que va a buscar al rival con convencimiento, mordiendo tras pérdida e incomodando -y generando situaciones de gol- a defensores de élite.
A eso se refería Menotti: la travesía copera del equipo granate demuestra que el fútbol, efectivamente, es orden y aventura. Un orden ejemplificado en la figura de Pelayo Suárez. La llegada del central asturiano, curiosamente en las fechas de estreno de Gladiator II, marcó un punto de inflexión en el techo y las aspiraciones del equipo. Es un defensor de otra categoría ideal para el modelo de juego: rápido, expeditivo, bien colocado, con una activación mental importante y muy contundente al corte y en la anticipación. Un mariscal -más que correcto en salida de pelota- para defender el área, pero también, lo más importante, para sostener la propuesta ofensiva del equipo.
Pero si el orden construye la base, la aventura es el alma de la hazaña; y el motor del profesor ribeirense. Las eliminatorias coperas tuvieron triángulos por todas partes. Cada posesión buscando la basculación al lado débil, cada salida desde atrás con la intención de atraer para luego romper, cada cambio de juego hacia Chiqui pegado a banda, cada balón filtrado para Dali a espaldas del pivote rival... la esencia estuvo siempre presente. Y es que la aventura es atreverse a soñar sin renunciar a los valores; creer que David puede vencer a Goliat, que los nombres en la espalda no definen la victoria. Es el valor de un equipo que, sabiendo cuál era su punto de partida, no dudó en ningún momento en lanzarse al abismo con la esperanza de volar más alto de lo que la lógica permitía, cosechando un hito que debe servir para enganchar a jóvenes y escépticos.
El Pontevedra de Yago Iglesias es atrevimiento, pasión y romance. Desde el orden y la aventura, ayer pudimos asistir a un nuevo capítulo en una odisea que parece no tener fin. Una odisea en tres actos históricos que, a la espera del cuarto, quedarán inmortalizados en el imaginario colectivo de la parroquia granate, pero, en el plano global, trascienden las fronteras de la disciplina; recordando que el fútbol es como la vida, una narración épica más que un simple deporte. En un mundo dominado por la jerarquía de los poderosos, el 'matagigantes' representa la rebeldía del débil, la eterna fábula de los héroes inesperados que, desde la autenticidad, terminan por inspirar a miles.
Estas noches épicas ensalzan el espíritu romántico de antaño, que ahora toca mantener en la esfera terrenal que representa la competición doméstica. Como las mejores historias, esta perdurará en el tiempo, y es que, como defendía Menotti, el fútbol es un hecho cultural. Los goles de Dali, Yelko y Rufo lo atestiguan. En un Pasarón vestido de gala, el destino perdió su inevitabilidad para convertirse en una posibilidad abierta; en una llama de ilusión, tan brillante como un susurro de éxito. El Hai que Roelo resuena con fuerza, para demostrar que en el fútbol, como en la vida, la humildad y la convicción tienen premio. Los únicos límites los marca el corazón.
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