El colegiado español y el complejo de Narciso

Imagen: GolTV (@gol)

¿En qué momento abandonaron los colegiados españoles su papel de mero arbitrio para convertirse en los personajes que son ahora mismo? ¿Cuál fue el instante en el que el espectáculo pasó de girar en torno a veintidós futbolistas a hacerlo sobre la figura del árbitro? 

El colectivo arbitral a nivel doméstico, donde llevamos una media de escándalo por partido, es una institución cada vez más corporativista, altanera, ególatra, narcisista e inquisidora. Solía entender, antaño, la famosa frase "no hablo de árbitros". Conmigo que no cuenten: se están cargando este deporte a base de ineptitud y arrogancia. Con un nivel más que deficiente complementado con una actitud engreída, despreciativa; en ocasiones (como ayer), al borde de la provocación. 

Creo que fue la vergonzante sanción de cuatro partidos al 'Cucho' Hernández, por ejercer su libertad de expresión contra un colectivo que, objetivamente, no deja de fallar; de generar polémica y de condicionar partidos a base de errores garrafales -y mucha chulería-, la gota que colmó mi vaso. El carácter dictatorial de un grupo de profesionales deficiente, que preferiría una guerra antes que reconocer un solo error por su parte, da visos del nivel de irrealidad en el que se encuentra sumergido dicho colectivo arbitral.

Y es que, en ocasiones, cuesta diferenciar quién es el verdadero protagonista: si el colegiado, o el futbolista. Se vio ayer noche en la figura de Figueroa Vázquez, buen ejemplo del árbitro moderno: ego por las nubes, envalentonado, con un afán de protagonismo sin igual y, por si no estaba claro, arrogante. Alejado de su papel de mero arbitrio. El tono altivo, orgulloso, con el que decidió expulsar a Quique Sánchez Flores es buena muestra de todo lo anterior. El acta de la vergüenza lo corrobora: "Se dirigió a mí de forma agresiva, diciendo ¿por qué me has expulsado? yo no hecho nada". 

Quizás, solo como posibilidad, algo tuviese que ver la forma que tuvo el tal Figueroa Vázquez de indicar la expulsión: señalando el vestuario de manera jocosa y reiterada, con el dedo desafiante -como si un contrincante de WWE, antes de iniciar el combate, se tratase- al tiempo que arrastraba las palabras, disfrutando cada sílaba, para su regocijo particular. Con una mirada pícara, disfrutona. Consciente, aunque a posteriori se hiciese el duro, de que estaba siendo su minuto de oro.

Pero es que unos meses atrás, en el Getafe - Real Sociedad de la 2020/21, González Fuertes decidió expulsar a Bordalás después de que Carlos Fernández -con amarilla, para completar la faena- lo desafiase en su área técnica con el dedo índice. ¿El pecado del técnico alicantino? impedir a otro jugador de la Real Sociedad, Barrenetxea, salir en conducción cuando el balón ya había salido por banda. Una acción muy poco deportiva -no tanto como la de su compañero, Carlos Fernández- que terminó pagando Bordalás, de forma inexplicable. Porque la valentía va por barrios. Y el Coliseum parece un lugar plácido para pasar una tarde divertida.

Ahora, otro ejemplo: la mano de Piqué en Villarreal, que evitó el gol de Danjuma. Poco hay que añadir a uno de los mayores escándalos de este año. ¿Por qué en esta Liga solo se penaliza el error del futbolista? ¿Qué pasa con esos errores arbitrales de bulto que, jornada tras jornada, siguen produciéndose sin consecuencia alguna? La nevera es poco más que un mito: pifia y, en una semana, vuelta al ruedo. ¿Por qué no existe un régimen sancionador que penalice también el error arbitral? ¿Es que ni siquiera se busca la mejora, cuando cada jornada es aún peor que la anterior?

Lejos de ello, venimos observando la transformación del Comité Técnico de Árbitros en esa suerte de tribunal inquisitorio, incapaz de reconocer el error y, en su defecto, sancionando con penas bochornosas al que se atreve a alzar la voz. Hay errores, y muy graves. Como decía, la leyenda urbana de «la nevera» no tiene cabida. Urge reformar el CTA y que los árbitros vuelvan a la esfera terrenal. Por lo menos, que se reconozca el fallo (como sucede con el futbolista) y se penalicen los de bulto. Porque esto es insostenible. Y la actitud del colectivo, todavía más. 


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