La increíble historia con infierno y final feliz de Fabio Quagliarella


Fabio Quagliarella, delantero de la Sampdoria y uno de los nombres italianos más conocidos fuera del Calcio, continúa goleando a sus treinta y siete años. Esta temporada ha terminado con doce goles y tres asistencias para el equipo de Génova. Sin embargo, pocos conocen la durísima historia que rodea al experimentado delantero, la cual se asociaría más a una película de El Padrino que a la vida de un jugador de fútbol. Empezamos.

Fabio Quagliarella nació en una ciudad llamada Castellammare di Stabia, situada a unos treinta kilómetros de Nápoli. De niño, experimentó un amor incondicional por el Nápoli, y creció soñando con jugar, algún día, para el club azzurri de sus amores. No obstante, el fútbol quiso que empezase a jugar en el norte. Tras su debut con el Torino, se iría cedido al Chieti de Serie C, para volver al club turinés y anotar siete goles en la segunda división del Calcio. Esto le daría un billete directo a la Serie A, jugando para la Sampdoria y, posteriormente, para la Udinese, donde anotó treinta y tres goles en dos temporadas, entre 2007 y 2009.

Ya con un nombre en el fútbol italiano y con unas cifras al alcance de no muchos delanteros, a Quagliarella le llegaría la oportunidad de su vida, la que haría realidad su sueño: hacer historia con el club de sus amores, en su casa, con los suyos. El Nápoli desembolsaba 18 millones para traerlo de la Udinese y convertirlo en nuevo delantero azzurri. Quagliarella llegaba emocionado, ilusionado y deseando que San Paolo cantase y corease su nombre. Era, sin duda alguna, el momento más feliz de su carrera. 

Pero cuando todo parecía ir viento en popa, un año después de aterrizar en su amada ciudad, de forma sorprendente e inverosímil, Quagliarella abandonaba Nápoli y fichaba por la Juventus. San Paolo no perdonó: lo consideró una traición en toda regla. El "Judas napolitano", gritaban los aficionados napolitanos en las calles, al considerar el movimiento como una burla y un desprecio imperdonables. Una traición imperdonable de un hombre que, desde el primer momento, sólo había denotado amor por la (su) ciudad y los (sus) colores napolitanos.

Fabio Quagliarella se convirtió en el hombre más odiado sobre la faz de la tierra para los aficionados de San Paolo. Su camiseta era quemada, su familia molestada e incomodada, y su nombre recordado con insultos e improperios. "Me llamaban infame. Tenía que ir escondido cada vez que volvía a ver a mi familia para evitar discusiones y peleas. Pero todo aquello me demostraba todo lo que me amaban. Si hubiera sido uno más, mi venta les habría dado igual". 
Gol con el Nápoli y beso del escudo. Revista Panenka.

"Mi gente es maravillosa, pero no sabía lo que había sucedido de verdad. Algún día todo saldrá a la luz". Estas eran las primeras palabras de Quagliarella sobre el asunto, ya meses y meses después de haber "traicionado" al club y la ciudad de sus amores. 

Finalmente, llegó el día. El 19 de febrero de 2017, tras un Sampdoria - Atalanta donde los locales ganaron con un gol del propio Fabio Quagliarella, el italiano rompió a llorar en la rueda de prensa posterior al choque. "En Nápoli me amenazaron de pedófilo. Viví un auténtico infierno. Han sido cinco años muy complicados para mí y para mi familia, pero por fin se ha hecho justicia". 

Entre lágrimas, empezó a contar su historia. "Todo empezó un día con un problema con las contraseñas de las redes sociales", lo que le llevó a contactar con Raffaele Piccolo, un agente de la unidad de delitos cibernéticos de Nápoli. Un agente que resultó ser su peor pesadilla. 

Quagliarella comenzó a recibir cartas, con imágenes de niñas pequeñas desnudas, acusándole de pedófilo, así como de colaborar con la mafia napolitana conocida como Camorra, amañar partidos e injerir drogas. A Fabio le dio un vuelco el corazón, Su vida y su familia estaban en peligro. Unos extorsionadores "anónimos" comenzaron a enviar cartas a su padre, adviertiéndole de que o cedía a sus chantajes o matarían a su hijo de un atentado. Hablando de ponerle una bomba en el coche. Llegaron a enviarle un ataúd con la foto de su hijo dentro. 

¿A quién acudió Fabio Quagliarella? a Raffaele Piccolo. El policía, mientras le pedía autógrafos y camisetas, le aseguraba que cogería pronto al culpable, que estaba muy cerca. Quagliarella tuvo que abandonar su casa e ir a vivir en un hotel. Pero la cosa fue en aumento. Las cartas empezaron a llegar a la oficina de Aurelio de Laurentiis. El presidente del Nápoli, temeroso y con el corazón en un puño, aceptó la oferta de la Juventus. Quagliarella fue obligado a salir de su casa, a abandonar su hogar y su gente. 

"Si no hubiese sucedido nada de esto, todavía estaría en el Nápoli. Soñaba con crecer, con ser el capitán. No sabía como exteriorizar tanto dolor. Pensaba que, si lo contaba, no me iban a creer". Quagliarella sufrió un auténtico infierno, agrandado todavía más a raíz del odio de su gente por considerarlo un traidor. 

Con el paso del tiempo, Fabio y la familia empezaron a sospechar de la incompetencia de Piccolo y el delantero se dirigió personalmente a la justicia. Al comprobar el estado de la denuncia, vieron que no existía: Piccolo jamás había actuado. Él era la mano negra, el extorsionador. En febrero de 2017, Raffaele Piccolo fue condenado a 4 años y 8 meses de prisión por extorsión y acoso a famosos de Nápoli, entre los que estaba Quagliarella. Al fin se hacía justicia, aunque el sueño de Fabio seguía roto.

Sin embargo, la sentencia se conocía. Y una vez la historia se hizo pública, todo Nápoli esperaba a Fabio Quagliarella: "En el infierno que has vivido, enorme dignidad. Nos volveremos a abrazar, Fabio, hijo de esta ciudad". 
El perdón de Nápoli. ABC.

La ciudad de Nápoli había perdonado a su "Judas" y se había rendido a él. El sueño de triunfar con el club de sus amores estaba roto, pero el amor entre San Paolo y Quagliarella volvía más fuerte que nunca. La historia acababa con final feliz. Liberado del infierno en que se había convertido su vida, desde la 17/18 hasta ahora, es decir, de los treinta y cinco a los treinta y siete años, Fabio ha anotado 57 goles. Una barbaridad. 

Pese a que no ha podido volver a marcar en su casa, en su hogar, donde una vez de niño soñó con triunfar, la historia de Nápoli y Quagliarella será, por siempre, una historia de amor eterno.

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